Raúl Ortega Mondaca.
Lo único que transforma a un hombre en padre es tener un
hijo o una hija, es decir, la existencia de un otro u otra a quien llamamos
hijo o hija, es decir, tener un vínculo o relación social con esa otra persona.
Desde esta perspectiva, el tipo de vínculo o relación que
tiene un padre con sus hijos o hijas, es lo realmente determina qué tipo de
padre es y qué crianza ejerce (o no ejerce), esto más allá de las intenciones o
sentimientos que ese padre declare tener. Esta es finalmente, la materialidad
de la vida. Más allá de nuestras emociones o intenciones (pero influidos por éstas),
lo que nos articula como sujetos sociales reales y padres en este caso, son las
relaciones sociales que ejercemos y desarrollamos en el día a día con nuestros
hijos e hijas.
Resulta muy decidor entonces, que un grupo de hombres
reunidos frente a la convocatoria de un Taller[1],
establezca como concepto clave para identificar el vínculo que tuvieron con sus
respectivos padres, la palabra “distancia”. Distancia absoluta o ausencia en
algunos casos, distancia física en otros, distancia comunicacional o distancia
en las expresiones de afecto y confianza. En todos los casos, se planteó un
tipo de relación social distante, valorando dicha distancia en términos
negativos.
En palabras simples, fuimos criados mayoritariamente por
padres distantes o incluso ausentes. Padres que cuando estaban presentes solían
estar demasiado ocupados por sus trabajos, que eran parcos a la hora de
expresar afectos, más preocupados del control disciplinario que de la
generación de confianzas, padres machistas en sus relaciones de pareja, padres
a veces violentos con sus hijos, hijas y compañeras. Esos fueron los tipos de
vínculos que vivimos como hijos y que constituyen la referencia que tenemos, para
bien o para mal, para constituirnos ahora en padres.
Y precisamente frente a esta referencia de paternidad
distante, surge una de las primeras claves de la paternidad que ejercemos o
queremos desarrollar: la negación de la paternidad que vivimos como hijos, la
necesidad imperiosa de construir otra paternidad, una que se ejerza en
cercanía, que no se oculte, que se exprese cotidianamente en la crianza, los
cuidados, los afectos, la confianza. Una paternidad que se inventa desde el día
a día, desde el estar ahí con las hijas e hijos.
Frente a esta nueva paternidad o intento de ella, inmediatamente
surgen los miedos. Miedo a reproducir las lógicas vividas, así casi sin darse
cuenta. Miedo a que nuestras opciones de vida y de nuestras parejas, nos
impidan ejercer la paternidad que queremos. Miedo a que las condiciones
económicas y la necesidad de trabajar no nos deje tiempo (ese tiempo tan
necesario). Miedo a no saber ser el papá que queremos ser o a sentirnos solos
frente a algo tan impresionantemente grande como ser responsable (aunque sea en
parte) de la vida y la crianza de otra persona, entre tantos otros miedos…
Afortunadamente, junto con los miedos, surgen los anhelos y
posibilidades que esta nueva paternidad quiere explorar: En primero lugar,
romper con la idea tradicional de la paternidad como un fenómeno privado e
individual, lejos de querer encerrarnos y escondernos en nuestros hogares,
preferimos pedir y recibir ayuda, y más que eso, criar en colectivo, incluso
más allá de la pareja, con amigos y amigas, con familiares y vecinos/as que
quieran generar vínculos comunitarios, que quieran compartir los placeres y las
responsabilidades de ayudar nuestros/as niños y niñas a ser felices y
apropiarse del mundo.
Esto supone un segundo anhelo muy importante, generar
espacios de crianza y educación que no reproduzcan está injusta sociedad, sino
más bien que la tensionen y la transformen. Buscamos criar y educar a nuestros
hijos e hijas para la libertad o mejor dicho, para la conquista de ella, es
decir, para que puedan tomar sus propias decisiones y rumbos, para que se
puedan hacer cargo de sí mismos/as, de sus necesidades y problemas, para que rompan
el individualismo y sean solidarios/as, autónomas/os y felices. Una crianza que
se asume políticamente, es decir, que se piensa desde la realidad que nos tocó
vivir pero que se proyecta en la realidad que queremos construir.
Una paternidad que se autogestiona, es decir se inventa así
misma y choca con las estructuras y lógicas sociales vigentes, que desafía la
tajante división social entre lo considerado masculino y lo considerado
femenino, que cuestiona a la escuela como poseedora del monopolio de la
educación, que valora las instancias de encuentro y diálogo con otras y otros,
que se muestra y ejerce en lugares públicos, que se organiza con otros padres,
madres e hijos/as en el barrio o la pobla, que juega a la pelota y las tacitas,
que viste de morado, negro y arcoíris, que establece límites, reconoce errores
y aprende constantemente de los hijos e hijas.
Esos son algunos de los miedos y anhelos que como padres
sentimos y expresamos, seguramente con tropiezos y aciertos, se comienzan a
traducir en formas concretas de trato y vínculos con nuestros hijos e hijas.
Esa es la paternidad que estamos inventando…
[1]°
Sesión del ciclo de Talleres Palabra de Hombre 2014 sobre Paternidad y Crianza,
convocado por el Kolectivo Poroto y desarrollado en dependencias del Liceo
Confederación Suiza el sábado 21 de junio de 2014.
EXCELENTE...
ResponderEliminarel colectivo tiene alguna pagina en la Internet , correo o algo así o un numero de teléfono para contactarse con ellos...mi correo es javioss_edu@hotmail.com... me gustaria ke alguien me diera una respuesta gracias,,,
ResponderEliminarGratas y sabias palabras. Me gusta saber que mis cercanos piensan y actúan de esta manera...un abrazo
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