lunes, 11 de mayo de 2015

De brazos cruzados…

Miguel Ángel González, militante del Kolectivo Poroto, comparte una interesante reflexión del último Taller de Paternidades en Lo Prado, espacio en el cual estuvimos trabajando con diversos actores y actrices locales de la Red Chile Crece Contigo.

Mayo, 2015.

De brazos cruzados…

La mañana fría recordaba que sí, que ya estamos entrando en los días de bajas temperaturas matinales, lluvias que (esperemos pronto) purifiquen el entorno, y hojas caídas en las calles… esas hojas que a muchxs nos pidieron para confeccionar manualidades infantiles sobre el otoño.

Nunca antes visité Lo Prado, lugar hasta donde nos tocó llegar para compartir con varones de la comuna, sobre eso que llamamos paternidad y crianza. Junto a Carlos y Devanir reparamos en la -a mi juicio espantosa estructura metálica que a modo de arco cruza una calle principal, coronada por una cruz, recordando la vista del Papa a Chile en 1987-. “Otro ejemplo de colonización permanente de las conciencias”, pensé.

Luego, seguimos rumbo al lugar de encuentro: la reluciente Biblioteca Gabriel García Márquez, hasta donde poco a poco fueron llegando tímidos, silentes, pero seguro expectantes nuestros compañeros de jornada. Esos hombres (más dos mujeres que se sumaron), que decidieron ver qué traía este encuentro; que nos regalaron una preciosa mañana de sábado y nos permitieron invertir con ellos un tiempo de encuentro. 

Presentaciones de rigor y establecimiento de algunas nociones importantes para el grupo: trabajo horizontal, aprendizaje mutuo, participación y dinamismo. Nociones que más tarde serían motor del trabajo.

Llegado el momento en grupos, fue el mensaje que me entregaba su cuerpo lo que me permitió ver en él un desafío, una invitación y una curiosidad que opté por canalizar en pos del grupo, y dosificar para que poco a poco, en la medida que él lo permitiera, diera luces sobre lo que tenía para entregar el ser interno que se protegía bajo esos brazos cruzados, aquel ceño fruncido y expresión de impenetrabilidad, acentuado por una piel curtida y manos trabajadoras. Recordé que la paciencia es una virtud revolucionaria y observé, esperé… el diálogo fluyó, y la presencia de una compañera lo dinamizó con lo certero de sus palabras, su gran capacidad expresiva y la gracia de su acento cubano-chileno. 

Su turno llegó sin que lo pidiera.  “No tuve ni tengo relación con mi padre, y no me interesa tenerla. Está vivo, sé dónde y qué hace, pero no me interesa”. Eran el trauma, el abandono, la ausencia, la carencia, y el rencor los elementos que configuraban la vivencia de aquél hijo –también padre- que tanto llamó mi atención. Las conversas continuaron, y a tales experiencias compartidas, había que darles espacio para que continuaran su trabajo de remoción de escombros, pues finalmente, por muy taller que fuese, el de brazos cruzados se desnudaba frente a un grupo de extrañxs.

Minutos antes de culminar el primer espacio grupal, sus palabras vinieron sin ser esperadas. “Lo importante de todo lo que me pasó, es que no quiero repetirlo y no lo repito. Nada de lo que me pasó quiero que ocurra a mis hijas, por eso les entrego amor y todo lo que necesiten, aunque lo material no es lo más importante”.
  
Con ese mismo ritmo fluyeron tantas otras experiencias de vida -que ni este ni ningún escrito son capaces de reflejar fielmente-: de auto crianza en la calle, de esfuerzo, de conciencia de clase por ser sujetos padres en la cultura neoliberal del trabajo, el éxito, el consumo y la escases de tiempo, así como también otras gratificantes; de hijxs con recuerdos felices, padres presentes y figuras de orgullo. Una mixtura que cocinó un plato de los que más se recuerdan, aquellos que llevan varios ingredientes y mezclan sabores.

La jornada llegó a su fin y la palabra más repetida fue gracias; hubo risas, abrazos y valoración por lo entregado y recibido. El compañero de los brazos cruzados nos dejó antes de terminar, pero en mi mente seguía presente la mirada profunda de ese compañero y la decisión política de no repetir, de romper el cerco y ser con lo que vivió, pero para transformar su realidad más íntima... un hombre que, a pesar de lo que su cuerpo decía al comienzo, no se quedó de brazos cruzados...  

Diría que el nombre de la biblioteca está bien puesto. No sólo por el homenaje que, sin duda, se le debe al “Gabo” García Márquez, sino porque mucho de lo que allí ocurrió fue, a mi modo de ver, y como con las mariposas amarillas, un encuentro mágico con el realismo


Migue

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