viernes, 25 de mayo de 2012

Análisis de Coyuntura: Prácticas Políticas Masculinas y enclaustramiento.


Enclaustrar: “Meter, esconder en un lugar oculto” Diccionario RAE.

Los militantes del Kolectivo Poroto (KP) reconocemos en el actual escenario político, una gran oportunidad para mirar (nos) los modos tradicionales de hacer política que se han desplegado en el marco de la reciente aprobación de la Ley Antidiscriminación (a raíz del asesinato homofóbico de Daniel Zamudio); y desde ese lugar construir alternativas desde nuestros modos de hacer política, reflexión que como KP hemos venido desarrollando en perspectiva de reconocer aprendizajes y tensiones.

Los actores en cuestión: Jiménez, Simonetti y El Estado.

Rolando Jiménez, el eterno dirigente del MOVILH, representa una forma de hacer política que podríamos caracterizar como clásica, hegemónica, neoliberal y reformista; la cual ha construido al alero del Estado y sus instituciones, confiando en los cambios socioculturales desde el peso de la Ley. Este modo de hacer política es vertical; sin la participación de los sujetos, ni de las comunidades; mediático y con el afán de institucionalizar las luchas sociales. En este caso, una institucionalización hegemónica de las luchas de la diversidad sexual. Por su parte, el discurso de Pablo Simonetti (Fundación Iguales) y su intento por construir igualdad en contextos empobrecidos, refuerza el valor del Estado y las leyes como mecanismo de resolución de “algunas” desigualdades sociales, ya que no reconocemos en esta postura argumentos que cuestionen las bases del capitalismo neoliberal. Finalmente, el Estado, representado por el SERNAM y su campaña “Maricón es el que maltrata a una mujer”, también en su versión 2.0, construye acciones en pro de la prevención de la violencia género (familiar desde su mirada), ejerciendo violencia simbólica.

Todos estos ejemplos, a nuestro juicio representan modos de hacer política de los cuales nos queremos diferenciar, apostando por acciones políticas liberadoras, que se sitúan políticamente en contra de los valores del capitalismo neoliberal chileno, asumiendo el desafío de pensar nuestros proyectos sin las lógicas del Estado, construyendo autogestión para satisfacer nuestras necesidades: personales y colectivas.  

Como Kolectivo Poroto (militancia en género/masculinidades y política), las preguntas sobre cómo hemos venido desarrollando nuestro trabajo político, han encontrado algunas pistas que dicen relación con nuestra (in) capacidad para construir un modo de hacer política desde el género. Si a lo anterior le sumamos la naturalización que se ha construido socialmente sobre las luchas de género, el escenario que se configura no es del todo alentador.

Durante mucho tiempo hicimos nuestra la consigna del feminismo “lo personal es político”, sin embargo, con el transcurso del tiempo y los sin-sentidos de nuestro quehacer, llegamos a constatar que puede llegar a ser muy autocomplaciente, en la medida que la acción política se queda enclaustrada en unos pocos, sin vínculos transformadores con otros, ni en un trabajo con comunidades específicas.

Hacer política desde el KP nos ha implicado reconocer que hay un punto ciego en nuestra política: no sabemos cómo salir de la conversación interna al espacio público. Enclaustramiento. En este mismo movimiento el desafío que visualizamos es un punto de inflexión para dejar que se nos pasen los acontecimientos, “la coyuntura”. Dicha inflexión implica mirar prácticas políticas de otras agrupaciones contraculturales, en las cuales vemos referencias y sentidos compartidos (Coordinadora Universitaria de Disidencia Sexual –CUDS, el activismo que incomoda a los conservadores dirigentes el MOVILH del “Che” de los Gays –Víctor Hugo Robles, Feministas Autónomas, experiencias educativas populares y libertarias, entre otras posibilidades).

Creemos necesario mirar para el lado, dejarnos interpelar y hacer alianzas políticas que nos posibiliten espacios de incidencia desde aquellos sentidos y aprendizajes que hemos venido conversando con muchos varones y aliados/as sobre los modos alternativos de ser hombre en un contexto capitalista patriarcal. Nada de recetas, modelos, ni nuevas masculinidades, más bien un trabajo situado políticamente y con las ganas de mirarse y aprender de su incipiente trayectoria.

Hablamos desde experiencias colectivas, como varones nos planteamos en disconformidad con los modelos hegemónicos patriarcales que se pretenden únicos en nuestra sociedad; con las formas de estar en el poder; con las construcciones de masculinidades y femineidades neoliberales. Desde prácticas políticas de resistencia y contraculturales hacemos frente al actual escenario que sitúa al mercado como un lugar estratégico para construir comunidad.     
Probablemente los formatos lúdicos desde perspectivas educativas libertarias y populares, nos den chances de co-construir discursos alternativos a las masculinidades hegemónicas patriarcales que se sitúan en nuestra sociedad. Nuestros discursos, conversaciones, dudas, tensiones, vacíos, intuiciones y aprendizajes liberadores, necesitan romper con las prácticas políticas vanguardistas y enclaustradas, que por mucho tiempo han estado presentes en espacios de varones.

Cabe consignar, que el Patriarcado nos va ganando “el partido”, por goleada, pero no está muerto el que lucha…por eso como KP visualizamos cinco ámbitos de acción desde los cuales romper con el enclaustramiento político masculino: sistematización de nuestra experiencia; acción e incidencia política, comunicación a través de nuestras redes sociales como un espacio de conversación social; procesos permanentes de (auto) formación y un encuentro de colectividades de varones que a nivel regional se vienen auto-convocando para reflexionar, resistir y construir alternativas al patriarcado neoliberal.

Otoño, 2012.
Comentarios a nuestro correo kolectivoporoto@gmail.com

miércoles, 23 de mayo de 2012

Los hombres en perspectiva de género por Oscar Guasch.

La masculinidad es como una cebolla: no hay nada debajo y hace llorar. La masculinidad está hecha de capas y capas (de ritos, palabras, y significados) que no esconden ningún núcleo ni ningún corazón. La masculinidad es volátil y es sutil, incluso cuando no lo son algunas de sus manifestaciones sociales visibles: violencia, competitividad, e individualismo. La masculinidad forma parte de un relato mítico mediante el cual se ofrece a los hombres la tierra prometida (en forma de reconocimiento social) siempre y cuando se adecuen a las normas de género que les corresponden. Es una promesa fáustica. Mefistófeles (la sociedad) tienta a los hombres con engaños y falsas promesas, porque nadie les informa del precio que deben pagar por acceder y mantener el estatus de hombres de verdad: “Sé un hombre y todo esto será tuyo”. Pero nadie especifica a qué precio.
La masculinidad implica sufrimientos, esfuerzos, renuncias, y negaciones. También fuerza a asumir riesgos para probar ante el resto de varones que se merece conservar el estatus de hombre de verdad y el reconocimiento social que comporta. Vivir como hombres normativos facilita mantener el beneplácito del resto de varones; pero hay que probar que se es digno del mismo. Y hay que probarlo todo el tiempo, en todas las interacciones sociales. Hacerlo suele ser agotador. En este sentido, las mujeres lo tienen más fácil porque no deben probar nada (salvo decencia y decoro). Tiene razón Simone de Beauvoire cuando escribe en El segundo sexo que las mujeres se hacen a lo largo del proceso social que las convierte en tales. Pero su punto de vista ha tenido un éxito social limitado. Las sociedades occidentales, como la mayoría, siguen pensando que es el hombre quien se hace. Para ello asocian a las mujeres con la biología mediante la estratagema de definir como naturales funciones sociales como la maternidad o la alimentación de la descendencia. Creer que “el hombre se hace” implica que sus atributos pueden malograrse (ya que son definidos como caracteres adquiridos en el proceso de socialización). Y, al contrario: nuestra sociedad asume que a las mujeres les es casi imposible perder lo que la naturaleza les otorga. Por eso, a las lesbianas con hijos se las piensa antes madres que lesbianas. La maternidad confirma a las mujeres como tales. Pero la naturaleza no brinda parecidos instrumentos respecto a los hombres. Por eso la masculinidad es una condición frágil que puede perderse. Se trata de un proyecto biográfico y social que no termina jamás, y que siempre puede cuestionarse.
La masculinidad es una forma de género. Y el género es estructura social. Se trata de una forma universal de organizar la sociedad. El género está en todos los lugares y en todas las épocas. El género es estructura social y es orden simbólico, pero no existe de igual modo en todas partes. Para entender el papel que mujeres y varones juegan en distintas culturas es preciso hacer un análisis particular de cada sociedad concreta y evitar generalizaciones de tipo etnocéntrico. El género (como la edad) es una variable universal de estratificación social que regula los roles y el acceso y la distribución de los recursos. Pero existen algunas sociedades con más de dos géneros, y otras en las que los atributos que conlleva (para hombres y mujeres) son distintos de los nuestros. Por eso es un error pensar que el género actúa de igual modo en todas partes.
El desarrollo de una mirada autónoma y crítica de los hombres sobre sí mismos está por construir. No existe un movimiento social amplio e interclasista (análogo al movimiento feminista) que se ocupe de ello. Por eso, la noción de masculinidad aún está en construcción. Pese a ello, tanto en nuestra sociedad, como en la mayoría, la masculinidad tiene un carácter mítico. Los mitos no son evaluados ni testados, pero constituyen un referente normativo respecto al cual se articulan los discursos y las prácticas. Así pues, la masculinidad define un modelo ideal que actúa como referente pero que no tiene traducción real. Y es que los procesos de socialización siempre producen personas imperfectas respecto al modelo prescrito (sea por exceso o sea por defecto). Esto significa que, aunque quiera, ningún hombre cumple de forma estricta con la masculinidad prescrita en su sociedad.
Salvo los homosexuales y gays, los varones se asocian poco por el hecho de serlo. Existen, eso sí, una especie de asociaciones de afectados por el sexismo social nacido de la corrección política: las asociaciones de padres y de separados y divorciados. Sin embargo, sus discursos de denuncia política del sexismo que padecen no son tomados en cuenta en un contexto que, de forma simplista, tiende a definir a los varones como verdugos ya las mujeres como víctimas. Nuestra sociedad se empeña en hablar del patriarcado como si este fuera un producto creado por los varones con el que las mujeres no tuvieran nada que ver (excepto como víctimas). Hay que desarrollar nuevos puntos de vista sobre todo esto. La transfobia, la homofobia, y las agresiones contra los hombres que no dan la talla, también son formas de violencia de género. Hay algunos varones y también algunas mujeres que oprimen a los demás desde posiciones hegemónicas de género. Pero ni ser mujer es garantía de nada, ni tampoco ser hombre debería ser considerado un agravante. Y en cualquier caso, no debería olvidarse que es imposible liberar a las víctimas sin liberar, al tiempo, a los verdugos.

Oscar Guasch
Departamento Sociología.
Universidad de Barcelona.
oscarguasch@ub.edu

Fuente WordPress Los Disidentes

miércoles, 16 de mayo de 2012

A Propósito del Conversatorio sobre "Acoso Callejero"


En conjunto con las compañeras de la Marcha Mundial de las mujeres participamos en un Conversatorio sobre "Acoso Callejero" (Providencia). Las masculinidades están perneadas de la necesidad de marcar territorio, simbólico y real, en donde los cuerpos de las mujeres son justamente este posible territorio. Las preguntas que nos hacemos que si un piropo, una de las marcas de esta masculinidad hegemónica, es ofensivo si es que la ofendida/o lo encuentra un acto de galantería. Aquí tenemos nuestros apuntes sobre este tema ¿Es objetivamente, universalmente y inequívocamente una ofensa el piropo? El conversatorio sobre el acoso callejero, en conjunto con La Marcha Mundial de las Mujeres abordó preguntas ¿Cómo opera el micropoder y cómo nos relacionamos, los varones, con una práctica naturalizada y milenaria?¿Qué tenemos que decir sobre este acto los varones? ¿Qué sienten las mujeres cuando varones les dice o hace algo en la calle hacia ellas? Esas son las algunas de las preguntas que se tocaron en el conversatorio. No basta simplemente legalizar y castigar, sino cambiar la mentalidad y cultura de las personas que transitan en un espacio común y compartido.
Queremos compartir unos videos que apuntan a esta misma dirección para simplemente provocar e invitar a los navegantes que nos leen a debatir en vuestros círculos más cercanos y no tan cercanos para poder crear sinergia e ir transformando la cultura machista en algo humano, empático y solidario.

Aprovechamos ademas a pasar el dato de un colega en Argentina, Raydel Romer, que editó la revista Masculinidad/es, por OMLEM en Bs As, la cual invitamos ver Revista Masculinidad/es OMLEM

Recuerde que hay espacio para comentar y vincular material que se les ocurra en relación a esto en los comentarios mas abajo.

Abrazos y hasta pronto!
KP

jueves, 10 de mayo de 2012

Análisis de Coyuntura: “a propósito de la nueva Ley Antidiscriminación”


“...Lo que se impone por la fuerza,
es rechazado y en poco tiempo se olvida...”
Federico Luppi, Lugares Comunes.

Durante los últimos meses y debido al asesinato homofóbico de DANIEL ZAMUDIO, hemos escuchado en gran parte de los medios y en el cotidiano, la discusión sobre una Ley Antidiscriminación. Esta discusión que no deja indiferente a nadie, repite una fórmula ya probada en que la norma legal a través de la coerción (en tanto es el poder hegemónico del Estado -ejercido por unos pocos-) es comprendida como única forma de modificar las conductas de las personas ¿Pero esto realmente genera cambios culturales en los sujetos o en el mismo Estado?

Ejemplos de discriminación tenemos varios en nuestra sociedad: segregación barrial, lógica desde la cual se construye ciudad sin las y los ciudadanos, desde la exclusión y la segregación territorial; discriminación de clase, en educación por ejemplo, los sujetos empobrecidos estudian con otros sujetos empobrecidos, campaña “pitéate un flaite”; étnica, militarización del conflicto social en el sur; generacional, construcción de relaciones sociales entre generaciones desde una matriz adultocéntrica; etc., etc., etc. ¿Para todas estas discriminaciones necesitamos solo leyes?

Una de las tensiones que emerge al pretender un cambio social a través de las Leyes es que, independiente de que exista la sanción, siempre termina siendo para unos pocos. Un ejemplo de esto: los Derechos Humanos forman parte de la (ilegitima) constitución chilena, siendo un acuerdo internacional al que el Estado de Chile suscribió hace muchos años, pero todos los días sistemáticamente se vulneran y solo se sanciona en casos excepcionales.

Por otra parte, nuestra sociedad está “acostumbrada” a negativizar la discusión. Un ejemplo simple es cuando se acercan los mundiales de futbol y mientras en gran parte de América y el mundo se habla de clasificatorias nosotros nos remitimos al término eliminatorias. Esto es (o será) por que no perseguimos la victoria sino que buscamos “no perder”. Así mismo al hablar de una Ley Antidiscriminación buscamos sancionar, a través de la represión, las acciones discriminatorias. No se trata de no comprender la necesidad de la ley, sino de preguntarse acerca de si podemos centrar la discusión en la norma, como si la normalización de las conductas de  los sujetos fuese la única vía posible de regulación social.

Se asume que la ley se “entiende” sabida por todos, pero en la realidad uno solo se entera como opera realmente cuando infringe la ley o cuando es vulnerado en sus derechos. Siendo  una de las bases fundantes de un Estado como el nuestro, pero ¿qué implica hacer la dicotomía entre sociedad e individuos?, decimos esto porque al creer que la norma es la solución, opera una relación de subordinación entre la sociedad/individuo o sea norma/individuos que no es necesariamente efectiva y que peor aún, solo es aplicada para muchos pero para el beneficio de unos pocos, desconociendo la relación dialéctica que existe en la construcción sujeto-sociedad-sujeto como nos la plantea Martin Baro: los individuos construimos una sociedad y al mismo tiempo ésta nos construye como sujetos.

El problema de la discusión centrada en la ley es que la reflexión se reduce a la sanción de la discriminación pero no hay un aporte ni un interés real por iniciar una transformación más profunda. Que la ley exista y sancione no significa que los actos ilícitos dejen de cometerse ni que como sociedad dejemos de discriminar a los sujetos por su diversidad simbólica.

Creemos necesario legislar en un sentido amplio y positivo, con respeto a la diversidad, cuestionando aquellas iniciativas que centran “todos” sus esfuerzos y confianzas en el papel que pueda desempeñar el Estado a través de sus leyes. 

Como Kolectivo Poroto, apostamos por una legislación pro diversidad que promueva cambios culturales, que se remita a lo simbólico llámese sexo, género, generación, clase, etnia, color, etc., y que integre a la sociedad civil a un proceso de transformación, en que nos vinculemos todas y todos. Como desafío reconocemos necesario hacernos preguntas desde nuestros lugares de acción, en este caso, la militancia en género/masculinidades y política, por los aportes que podemos realizar en tanto varones participes de este proceso.

Mayo, 2012.
Comentarios a nuestro correo kolectivoporoto@gmail.com